Comentario
En el año 1875 las excavaciones realizadas por el Instituto Arqueológico Alemán en Olimpia propician un hallazgo sensacional, las esculturas de los frontones y las metopas del Templo de Zeus. Cualquiera pensará que aquello causó un revuelo y un júbilo desusados, tanto entre arqueólogos como en el público interesado; y sin embargo, no fue así. Hubo más revuelo que júbilo e incluso algo de desilusión, porque la Europa culta de finales del siglo pasado, tan neoclásica y winckelmanniana, esperaba de Olimpia algo más griego, o sea, suavemente ideal. Y, claro, ni los mismos arqueólogos estaban preparados para aquella crudeza -brutal a veces- ni aquella severidad estricta, por lo que no respiraron tranquilos hasta que apareció en otro contexto el célebre Hermes Dionysóphoros, deliciosamente dulce y gracioso.
La situación descrita va más allá de la anécdota, pues demuestra el esfuerzo que exige la comprensión real y profunda de los problemas inherentes al arte clásico. Es más, el reconocimiento del valor y de la calidad de las esculturas de Olimpia tardó en llegar y lo hizo de la mano de artistas como Maillol, tan impresionado por la grandeza de las esculturas de los frontones, que a su lado el Hermes Dionysóphoros le parecía hecho -dice- con jabón de Marsella. Hoy día nadie duda que frontones y metopas de Olimpia son la cumbre del estilo severo y un hito en la escultura griega, porque al fin se impuso el juicio crítico que condujo a un mejor conocimiento de la realidad y a convertir el estupor en pasmo.